sábado, 4 de octubre de 2008

Presentación

¿Hay que creer todo lo que dicen los historiadores y arqueólogos?

 

¿Puede y debe la gente común participar en las teorías y debates sobre su pasado remoto?

 

¿Qué lugar ocupa nuestra Península en estos debates?, ¿Hay que reivindicarla más y mejor?

 

Tras años de indecisión y timidez he optado finalmente por plasmar dudas como las anteriores en un blog personal. En realidad si no hubiera sido porque un bendito inventó el concepto de web-blog la gente como yo jamás sería capaz de hacer públicas sus reflexiones. Nos falta comercialidad y títulos universitarios para siquiera soñar con ser publicados, nos falta vanidad y medios para autofinanciarnos un libro o revista, y ni siquiera nuestras opiniones circulan en el mismo sentido que las académica y popularmente aceptadas. Pero tenemos algo que decir.

 

Por otro lado, pronto comprendí que me era imposible acometer un trabajo sistemático, tipo manual, sobre Prehistoria y Antigüedad del Sur peninsular. Si la divulgación y la creación de obras generalistas ya es costosa y complicada para un autor “mainstream”, qué decir de aquel dispuesto a discutir y desmantelar el paradigma. De nuevo el blog viene a salvar esa situación porque se plantea como cuaderno de bitácora o diario. Tengo libertad por tanto para saltar de reflexiones muy genéricas a asuntos de lo más específico, para abordar tanto noticias de actualidad como temas monográficos como experiencias personales al respecto, para incluir todo tipo de materiales (fotos, dibujos, mapas, etc.) y para emplear cualquier estilo (científico, literario o humorístico). Se trata sin duda de una forma de trabajar mucho más relajada que la del que intenta sacar adelante un manual revolucionario sobre El Argar o Tartessos. Y por supuesto implica mucha menos responsabilidad. Este no es el lugar idóneo para copiarse un trabajo de instituto o facultad, como tampoco sirve al ciudadano que quiere ponerse al día sin complicarse. Es una página muy personal con opiniones muy personales y si estas no satisfacen la solución es muy simple: basta con cerrar el blog y de inmediato desapareceremos yo y mis tesis.

 

La verdad es que existen varias razones por las que cerrar escandalizado este diario. Para empezar no soy licenciado en Historia, Arqueología o Antropología, sino un aficionado al tema que, eso sí, se toma muchas molestias y emplea muchas horas en intentar que sus conclusiones estén debidamente documentadas y basadas en datos empíricos. Por otro lado, ya he dicho que mis opiniones no siguen las corrientes actualmente canonizadas. Las autoridades académicas son autoridades al fin y al cabo, son Estado, poder y por tanto coherción por muy legítima que se nos venda. Cada cultura o civilización ha pretendido tener una historia que viniera a refrendar o anticipar sus cualidades actuales, sus prejuicios vigentes y sus intereses bélicos y económicos. El Pasado Remoto no es otro recurso más del Poder para autolegitimarse sino precisamente el más eficaz, y no hay más propaganda y tergiversación por milímetro cuadrado impreso que en un manual de Historia, cuanto más antigua mejor. Actualmente vivimos en una situación incluso peor a la habitual, pues nuestro paradigma necesita ser sustituido pero no hay ganas ni valor para hacerlo. Si nos fijamos, conceptos como igualdad racial, sexual, social o étnica son principios que llevan décadas funcionando saludablemente en Occidente, pero las mismas perspectivas aplicadas a estudios arqueológicos, antropológicos, etc. son o bien muy novedosas o simplemente inéditas. Nuestra Antigüedad y Prehistoria se sigue interpretando a partir del machismo, del supremacismo blanco o eurocentrismo, del capitalismo económico, etc., y sólo desde los 90s se balbucean conceptos como arqueología de la identidad, de género, indigenista, etc.

 

Pero sin duda provocaré mucho más rechazo por ser un español que escribe sobre la africanidad de España, tema totalmente proscrito en nuestro Estado para derechas e izquierdas, cristianos y laicos, capital y provincias. Muy simplificado, sostengo que en casi cada aspecto de lo que consideramos español (desde geología a recetas culinarias) suele darse la siguiente proporción: un tercio es influencia africana (y lo llamo Afroiberia), un tercio europea, y otro tercio “indígena”. Y aunque no hay rincón de la Península Ibérica que no tenga a la vez algo de africano, de europeo y de castizo, es inevitable suponer un Sur más afro y un Norte más euro. Mis estudios se centran en la región al Sur del Cabo de la Nao y Lisboa, pero sobre todo de Andalucía que es mi tierra. Todas estas ideas han provocado estupor en la mayoría de españoles con quien las he compartido, porque vivimos muy acomplejados con nuestra africanidad. “África empieza detrás de los Pirineos”, decían los franceses, y nosotros agarrábamos un mosqueo espantoso. Hoy, en plena convergencia euro, dichos comentarios han dejado de sonar y en España se investiga a golpe de subvención comunitaria. Andalucía, con ocho siglos afro-musulmanes en el armario, es si cabe aún más entusiasta eurocentrista que Madrid. Yo lo veo de un modo totalmente distinto, muy simple y probablemente menos condicionado: 14 kilómetros. Ese es el ancho del Estrecho de Gibraltar, y en el pasado muy remoto la distancia fue aún menor. Ante ese dato absolutamente científico e incontestable lo demás me parecen milongas. El que no encuentra lo africano en España, ni siquiera en su parte meridional, es porque no sabe o porque no quiere. Entiendo que este es un momento muy delicado e inoportuno para plantear una Afroiberia: por un lado vimos que estamos en pleno proceso de integración en Europa y por otro el Norte de África se nos comienza a presentar amenazador, sea en su faceta terrorista o migratoria, sea que haya o no fundamentos reales para tal alarma. Decir ahora que los españoles no somos del todo europeos y a la vez defender que el Sur peninsular es muy magrebí puede sonar a practicarse un hara-kiri geopolítico. Pero es la verdad, o al menos estoy profundamente convencido de que lo es y en absoluto creo que sea una actitud suicida.

 

Vivimos una década en que los que los conspiranoicos se lo están pasando pipa. Con Internet, el 11S, la actual crisis financiera, los vaticinios de Al Gore, etc. podemos decir sin exagerar que es hoy y no en los 60s cuando verdaderamente “los tiempos están cambiando”. Reconocer la parte africana de la Península Ibérica nos puede hacer más apetecibles para Bin Laden, es cierto, pero también nos puede enseñar un camino para amortiguar e incluso sacar algo positivo de la inevitable inmigración procedente del Sur, convirtiéndonos a la postre en imprescindibles intermediarios entre Europa y África. Además, en tiempos de cambio los pueblos que sobreviven son aquellos que saben sus posibilidades y limitaciones, que juegan todas sus cartas, que velan por sus intereses y no siguen consignas externas. España no va a ninguna parte persistiendo con el actual mito de que es herméticamente europea hasta Tarifa y desde tiempos del neandertal. Tampoco solucionará su destino si cambia eso por una asimilación simplista y servil al modelo norteafricano actual, tipo andalucistas proislámicos y demás hierbas. Tanto lo que tenemos de africano como lo que tenemos de europeo ha ido llegando de modo tan gradual como ininterrumpido, y por tanto ha ido asimilándose a fuego lento hasta convertirse en un producto irrepetible y del que ya no podríamos recuperar sus partes constitutivas. Yo no veo motivos para temerle tanto a tener algo o mucho de africanos, y de hecho creo que en lo concerniente a la Prehistoria y Antigüedad es un factor que determina la feliz solución de eternos debates académicos así como arroja un panorama de nuestro pasado mucho más digno y rico en matices. Pero debe quedar muy claro que no se trata aquí de tomar una actitud revanchista, obsesiva incluso, en torno a la africanidad de la Península Ibérica. Se trata de estudiar el pasado de la manera más rigurosa y ética, y para ello necesitamos perder el prejuicio que nos impide aceptar el componente africano, tras lo cual éste brotará espontáneamente. Yo no escribo, o no escribo únicamente, sobre elementos africanos en lo peninsular sino sobre su Pasado Remoto en general. Como cualquiera, sólo que yo me esfuerzo en hacerlo sin eurocentrismo y sin tampoco sustituirlo por afrocentrismo o islamocentrismo (aún menos por centralismo castellano). Y digo “esforzar” porque los etnocentrismos, como el machismo y el presentismo, son tentadores, contagiosos y reincidentes. Las propias mujeres han de vigilar sus tics machistas, como los negros su eurocentrismo inculcado, y lo han de hacer durante toda su vida. Por eso resulta bochornoso escuchar a un catedrático jactarse de que el panorama historiográfico español está libre de todas esas plagas desde los 80s por lo menos.

 

Ahora me veo listo para enfrentarme a este proyecto, y del miedo y discreción anteriores sólo perviven el uso de un nick (Abercan) y el que usualmente no publique los mensajes que me vayáis enviando. No voy a escribir para convencer sino para los ya convencidos, o para los que sólo necesitan de un empujoncito. También para los que no necesitan convencerse de nada sino sólo disfrutar con las ocurrencias y atrevimientos de otro. Reconozco que una de las posibilidades más felices que albergo con este diario es conocer gente con ideas parecidas a las mías, o al menos compatibles. No hay que pensar igual para divertirse, respetarse y admirarse dentro de una afición común. La vida me ha demostrado que afortunadamente existen ese tipo de personas, pero que no abundan. Por eso reitero que aunque no publique vuestros comentarios todos van a ser leídos, y contestaré siempre que pueda y que dicha compatibilidad exista. Bajo las mismas circunstancias estoy abierto a colaboraciones externas, así como me ofrezco a colaborar como invitado, a elaborar temas a petición de un número determinado de usuarios, etc. Finalmente, y sin separarme del mismo espíritu de los puntos anteriores, todos los textos, dibujos, mapas, etc. que son de mi puño pueden ser libremente publicados en otras webs siempre que no tengan ánimo de lucro y que no falsifiquen expresamente la autoría.

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